20.6.09

Fragmentos de Crepusculo


  • Me preguntaba por qué nadie más había visto lo lejos que estaba antes de que me salvara la vida de un modo tan repentino como imposible. Con disgusto, comprendí que la causa más probable era que nadie estaba tan pendiente de Edward como yo. Nadie más le miraba de la forma en que yo lo hacía. ¡Lamentable!
  • Sin querer, me volví lentamente. No quería sentir lo que sabía que iba a sentir cuando contemplase aquel rostro tan perfecto.

  • La hora de gimnasia fue brutal. Cambiamos de deporte, jugamos a baloncesto. Mi equipo jamás me pasaba la pelota, lo cual era estupendo, pero me caí un montón de veces, y en ocasiones arrastraba a gente conmigo. Ese día me movía peor de lo habitual porque Edward ocupaba toda mi mente. Intentaba concentrarme en mis pies, pero él seguía deslizándose en mis pensamientos justo cuando más necesitaba mantener el equilibrio.
  • Su voz apenas era audible. Bajó la vista al tiempo que me arrebataba el tapón de la botella y lo hacía girar entre los dedos. Lo contemplé fijamente mientras me preguntaba por qué no me asustaba. Hablaba en serio, eso era evidente, pero sólo me sentía ansiosa, con los nervios a flor de piel... y, por encima de todo lo demás, fascinada, como de costumbre siempre que me encontraba cerca de él.
  • Una vez en mi habitación, cerré la puerta. Registré el escritorio hasta encontrar mis viejos cascos y los conecté a mi pequeño reproductor de CD. Elegí un disco que Phil me había regalado por Navidad. Era uno de sus grupos predilectos, aunque, para mi gusto, gritaban demasiado y abusaba un poco del bajo. Lo introduje en el reproductor y me tendí en la cama. Me puse los auriculares, pulsé el botón play y subí el volumen hasta que me dolieron los oídos. Cerré los ojos, pero la luz aún me molestaba, por lo que me puse una almohada encima del rostro. Me concentré con mucha atención en la música, intentando comprender las letras, desenredarlas entre el complicado golpeteo de la batería.
  • — ¿No tienes una cazadora? —me reprochó.—Sí —miré a la vacía silla contigua y caí en la cuenta—. Vaya, me la he dejado en el coche de Jessica.Edward se quitó la suya. No podía apartar los ojos de su rostro, simplemente. Me concentré para obligarme a hacerlo en ese momento. Se estaba quitando su cazadora de cueto beis debajo de la cual llevaba un suéter de cuello vuelto que se ajustaba muy bien, resaltando lo musculoso que era su pecho.Me entregó su cazadora y me interrumpió mientras me lo comía con los ojos.—Gracias —dije nuevamente mientas deslizaba los brazos en su cazadora.

  • — ¿Estás lista para ir a casa? —preguntó.—Lo estoy para salir de aquí —precisé, inmensamente agradecida de que nos quedara una hora larga de coche antes de llegar a casa juntos. No estaba preparada para despedirme de él.
  • Estaba totalmente segura de tres cosas. Primera, Edward era un vampiro. Segunda, una parte de él, y no sabía lo potente que podía ser esa parte, tenía sed de mi sangre. Y tercera, estaba incondicional e irrevocablemente enamorada de él.
  • Edward movió la cabeza lentamente y luego miró al techo antes de que nuestras miradas volvieran a encontrarse.—Te lo dije, no te ves a ti misma con ninguna claridad. No te pareces a nadie que haya conocido. Me fascinas.
  • Intuitivamente, sabía —y me daba cuenta de que él también lo creía así— que mañana iba a ser un momento crucial. Nuestra relación no podía continuar en el filo de la navaja. Caeríamos a uno u otro lado, dependiendo por completo de su elección o de sus instintos. Había tomado mi decisión, lo había hecho incluso antes de haber sido consciente de la misma y me comprometí a llevarla a cabo hasta el final, porque para mí no había nada más terrible e insoportable que la idea de separarme de él. Me resultaba imposible.
  • —Tengo miedo, además de por los motivos evidentes, porque no puedo estar contigo, y porque me gustaría estarlo más de lo que debería.Mantuve los ojos fijos en sus manos mientras decía aquello en voz baja porque me resultaba difícil confesarlo.
    —Sí —admitió lentamente—, es un motivo para estar asustado, desde luego. ¡Querer estar conmigo! En verdad, no te conviene nada.
    —Lo sé. Supongo que podría intentar no desearlo, pero dudo que funcionara.—Deseo ayudarte, de verdad que sí —no había el menor rastro de falsedad en sus ojos límpidos—.
    Debería haberme alejado hace mucho, debería hacerlo ahora, pero no sé si soy capaz.—No quiero que te vayas —farfullé patéticamente, mirándolo fijamente hasta lograr que apartara la vista.
    —Irme, eso es exactamente lo que debería hacer, pero no temas, soy una criatura esencialmente egoísta. Ansió demasiado tu compañía para hacer lo correcto.
    —Me alegro.
  • En ese momento, todo lo que pensé fue: «Ella, no».

  • —Soy— la primera en admitir que carezco de experiencia en las relaciones —dije—, pero parece lógico que entre un hombre y una mujer ha de haber una cierta igualdad, uno de ellos no puede estar siempre lanzándose en picado para salvar al otro. Tienen que poder salvarse el uno al otro por igual.

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