1.11.10

Desear-Giorgio Agamben

Desear es la cosa más simple y humana que hay. ¿Por qué, entonces, nuestros propios deseos son para nosotros inconfesables, por qué resulta tan difícil llevarlos a la palabra? Tan difícil que terminamos escondiéndolos; construimos para ellos en nosotros, en alguna parte, una cripta donde permanecen embalsamados, en espera.
No podemos llevar al lenguaje nuestros deseos porque los hemos imaginado. La cripta contiene, en realidad, sólo las imágenes, como un libro de figuras para chicos que aun no saben leer, como las images d’Epinal de un pueblo analfabeto. El cuerpo de los deseos es una imagen. Es decir, que lo inconfesable del deseo es la imagen que de él nos hemos hecho.
Comunicar a alguien los propios deseos sin las imágenes es brutal. Comunicar las propias imágenes sin los deseos es empalagoso (como contar los sueños o los viajes). Pero fácil, en ambos casos. Comunicar los deseos imaginados y las imágenes deseadas es la tarea más ardua. Por ello la postergamos. Hasta el momento en que comenzamos a comprender que quedará por siempre sin tramitar. Y que ese deseo inconfesado somos nosotros mismos, por siempre prisioneros de la cripta.
El mesías viene por nuestros deseos. Los separa de las imágenes para realizarlos. O, más bien, para mostrarlos ya realizados. Aquello que hemos imaginado, lo hemos obtenido ya. Restan –irrealizables- las imágenes de lo realizado. Con los deseos realizados, él construye el infierno, con las imágenes irrealizables el limbo. Y con el deseo imaginado, con la pura palabra, la beatitud del paraíso.

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